lectura #10
Sempronio
ACTO PRIMERO
Habitación en casa de Sempronio. Pocos muebles, humildes. Una silla en el centro de la escena dando frente al público. A un costado, una pequeña mesita para planchar ropa. Al levantarse el Telón, nadie. Lentamente, entra Sempronio. Es un hombre que pasa algo de los sesenta años. Toma su silla y se coloca frente al público. Mira distraídamente hacia adelante. Silba. Queda así. Con la plancha en la mano, arrastrando el cordón con el enchufe y una canasta de ropa para planchar, entre Olga. Edad proporcionada a la de su marido. Avanza decididamente hacia la mesita, acomoda la ropa como para empezar el trabajo. Habla mientras acciona.
Olga. (Arreglando ropa.) Ahora ya no hace falta la calefacción. Los días vienen más templados... Sempronio. (La mira y esboza una sonrisa.) Nunca se sabe. De pronto llueve y refresca. Olga. (Termina de acomodar la ropa. Vuelve a tomar la plancha. Se acerca a Sempronio, que continúa silbando bajito, y le coloca el enchufe entre la camisa y el cuello. Todo esto con mucha normalidad, sin tratar de destacarlo expresamente.) A ver... ladea un poco más el cuello, por favor... (Sempronio obedece.) ¿Te molesta? Sempronio. ¡No! ¡Qué idea! ¡Cómo me va a molestar! (Sonríe.) Olga. No... pero el lunes me apretaste demasiado el enchufe y casi quemas la plancha. (Espera un instante con la plancha en la mano. Luego moja su dedo en la lengua y toca ligeramente la plancha, para probarla. Retira el dedo rápidamente como si oyera el clásico chasquido.) ¡Ya está! (Le deja conectado el enchufe y comienza a planchar. Habla sin mirar a Sempronio.) ¡Sempronio!... Sempronio. Sí… Olga. Convendría que hablaras con Susanita... Sempronio. (Un poco alarmado.) ¿Con Susanita? ¿Qué le ocurre a la nena? Olga. Como ocurrirle... nada. Pero se está entusiasmando mucho con el baile, y me parece demasiado chica todavía, para estas cosas. ACTO PRIMERO Habitación en casa de Sempronio. Pocos muebles, humildes. Una silla en el centro de la escena dando frente al público. A un costado, una pequeña mesita para planchar ropa. Al levantarse el Telón, nadie. Lentamente, entra Sempronio. Es un hombre que pasa algo de los sesenta años. Toma su silla y se coloca frente al público. Mira distraídamente hacia adelante. Silba. Queda así. Con la plancha en la mano, arrastrando el cordón con el enchufe y una canasta de ropa para planchar, entre Olga. Edad proporcionada a la de su marido. Avanza decididamente hacia la mesita, acomoda la ropa como para empezar el trabajo. Habla mientras acciona. 96 97 Sempronio. (Medita. Luego se enternece.) Oh... la pobrecita estudia toda la semana. Es justo que de cuando en cuando... Está en la edad en que esas músicas son importantes. (Más enérgico.) Además, a mí me gusta verla bailar las danzas que se usan ahora. Olga. A vos todo lo que hace Susanita te parece bien. No te das cuanta que se empieza así, interesándose en la música… Y después se aprende a bailar… Sempronio. Bueno… ¿Te olvidas que nosotros hacíamos lo mismo? La nena es una muchachita cariñosa y bien educada que estudia mucho sus lecciones y cumple todo lo que le pedimos. No veo nada de malo que le guste un cha-cha-cha, un mambo… o un… sucu-sucu… Olga. (Escandalizaba.) ¿No ves? ¡Vos también estás aprendiendo! ¡Parece mentira, a tus años! Sempronio. A la nena porque es joven. A mí porque soy viejo. Me queréis decir a qué edad debe un ser humano bailar el rock’n roll. Olga. ¡Sempronio! (Entra Susanita muy apurada, con una pequeña radio, arrastrando por el piso el cordón con el enchufe). Susanita. ¡Papito! Olga. (Desalentada.) ¡Y con la radio encima! ¡Parece que tendremos concierto! Susanita. Claro. Son las diez y media. ¡Es hora del rock! Hoy es domingo… (Se acerca al padre.) Permiso, papito. (Lo besa y le coloca el enchufe de la radio, del otro lado del cuello.) Sos el ángel de esta casa. (Se pone en actitud de comenzar a bailar. De pronto recuerda que falta algo. Se le ilumina la cara y tomando un brazo de Sempronio, lo levanta bien alto. La radio rompe a sonar con un rock’n roll frenético). Sempronio. Susanita… este… tu madre me decía… es decir… estamos conversando con tu madre a propósito de esos bailes modernos que tanto te agradan… Susanita. (Marcando pasos suaves en su sitio.) Sí… ¿qué ocurre? Olga. Que no son cada bueno para una jovencita como vos. Susanita. ¡Mamá, por favor! No querrás decir que por la simple costumbre de bailar, me voy a echar a perder. Olga. Vos sabes bien lo que quiero decir. Susanita. Sí, pero para esas malas costumbres, no hacen falta bailes modernos. Al contrario, con un vals antiguo y romántico pueden ser mucho más peligrosas. Entra Diego. Es el hijo mayor del matrimonio. Joven técnico de mucho provenir, trabajador, simpático, sus maneras resulten a veces excesivamente serias y graves. 97 Diego. ¡Buenos días! (Grita.) ¡Buenos días! (Lo miran. Él mira fijamente a Susana.) ¿Se podrá leer el diario en esta casa o nos volveremos todos locos? (Se acerca a Sempronio y le baja el brazo hasta que la radio es sólo un susurro.) Sempronio. ¿Qué ocurre? (Todos miran a Diego. La radio baja sola.) Diego. ¿Leíste el diario? Sempronio. No, todavía no. ¿Por qué? Diego. Hay una noticia medio rara. Escucha. (Lee.) Curiosa radioactividad. A pesar del secreto policial, ha trascendido que las autoridades están muy ocupadas por ciertos trastornos radioactivos aparecidos en un barrio de esta ciudad. (Baja el diario.) Podría ser que… se tratara de nosotros, viejo. Sempronio. ¿Te parece? Sin embargo, no creo que yo haya ocasionado eso que dice allí. Trastornos radioactivos… alarma… Susanita. ¿Te pueden hacer algo, papito? Olga. ¿Qué le van a hacer? Sempronio no hace mal a nadie. Además, la corriente no la roba. La música se interrumpe y se oye la voz urgente del locutor. Radio. ¡Atención! Interrumpimos momentáneamente nuestro programa para transmitir una noticia de último momento. Se relaciona con la extraña aparición de radioactividad en Buenos Aires y dice así: Se comunica a la población de toda la ciudad que se ha logrado localizar, sin lugar a dudas, el origen de las manifestaciones radioactivas que se venían haciendo notar en nuestra ciudad. Según informaron esta mañana las autoridades, tales manifestaciones provienen del barrio de Balvanera, particularmente de una manzana ocupada por viviendas, que ya ha sido aislada y rodeada por la policía. Es la manzana que se encuentra comprendida entre las calles Rivadavia, Bulnes, Salguero y Bartolomé Mitre. Se esperan más informaciones. Sempronio deja caer los brazos y la radio calla del todo. Diego. Somos nosotros, no hay dudas. Susanita. Y dice que la policía rodea la manzana. Olga. Diego, mejor asómate vos, a ver si distinguís algo... Susanita. (Ve algo y se asusta.) Diego... fíjate allá... Diego. (Que se asoma.) ¿Qué hay? No veo nada. Susanita. (Señala.) Aquello ¿qué es? Por el sitio donde señala Susana aparecen el Altísimo Comisionado y el Sabio. El Altísimo Comisionado es un hombre corpulento, autoritario, prepotente, muy fatuo y satisfecho de sí mismo. El Sabio es pequeño. Usa una enorme barba blanca y lleva en la mano una cajita negra, tipo contador Geyger. 98 99 Altísimo Comisionado. Usted, profesor, vaya por allí mientras yo investigo esta parte. Sabio. (Corriendo con su cajita hacia un costado, como si hubiera pescado algo entre el público.) Aquí hay algo... (Oye.)... Sí, parece que... (Cambia de rumbo.) Mejor parece que es por aquel lado. (Recorre otro sector de público.) A ver... (Habla para sí.) Ingeniero... poeta... nada radioactiva... reloj de oro... brillante falso... dolor de muelas... (Se vuelven.) Por aquí no es. Altísimo Comisionado. Yo tampoco siento nada. (Con un poco de miedo.) Mejor... nos vamos, ¿no? Por el aire, de ninguna parte en especial, se empieza a oír con fuerza un latido acompasado y persistente. Sabio. ¡No... oiga! ¡No podemos dejar esto así! ¿Si fuera una bomba? Altísimo Comisionado. (Se prepara para huir.) ¿Una bomba? ¿Usté cree? Entonces mejor... nos vamos. Yo no soy ningún recolector de bombas escondidas. Soy un alto funcionario. No puedo arriesgarme. (Va saliendo.) ¡Vamos! Sabio. ¡Si usted lo ordena, yo deberé informar que no pude localizar el origen de las manifestaciones, porque usted me lo ordenó! Altísimo Comisionado. No, porque entonces me pedirán la renuncia… Yo entraré en alguna de estas cosas a pedir un vaso de agua un poco... Sabio. (Solícito.) ¿Se siente mal? (Avanza hasta él.) Podemos descansar un momento. Lo acompañaré. La escena ha sido vista en todo momento desde la ventana imaginaria por los hijos de Sempronio y Olga. Llegan hasta la puerta y el sabio apoya su dedo contra el timbre. Sempronio. (Impersonal, quieto, mirando hacia el vacío) ¡Trrrrrrrrrrriiiiiiiiiiin! Olga. Tocaron el timbre, ¿Qué hacemos? Diego. No les abras. Necesitan orden de allanamiento firmada por el Juez. Susanita. Pero si la tienen echarán la puerta abajo. Sempronio. Abran esa puerta. Olga. No, viejo... Sempronio. (Mientras el sabio oprime otra vez el timbre.) ¡Trrrrrrrriiiiiiiiiin! Olga. Se impacientan. Susanita. (Va hacia la puerta.) ¡Abro y les digo que papá no está! (La sigue Diego y luego Olga. Sempronio, muy tranquilo, con los cables conectados, queda en su sitio y puede silbar indiferente. Susana abre y los enfrenta.) ¿Qué... desean los señores? Altísimo Comisionado. Vea, yo soy...
Comentarios
Publicar un comentario