LECTURA #4
RESUMEN
LA CHICA DE ABAJO
Habría pasado tal vez una hora desde que llegó el camión de la mudanza? Había venido muy temprano, cuando por toda la placita soñolienta y aterida apenas circulaba de nuevo, como un jugo, la tibia y vacilante claridad de otro día; cuando sólo sonaba el chorro de la fuente y las primeras campanas llamando a misa. El gran camión se había arrimado a la acera reculando, frenando despacito.Por tres veces salió descalza al patio y miró al cielo. Pero las estrellas nunca se habían retirado, bullían todavía, perennemente en su fiesta lejana, inalcanzable. Cecilia decía que en las estrellas viven las hadas, que nunca envejecen. Que las estrellas son mundos pequeños del tamaño del cuarto de armarios, poco más o menos, y que tienen la forma de una carroza. Cada hada guía su estrella cogiéndola por las riendas y la hace galopar y galopar por el cielo, que es una inmensa pradera azul. Algunas veces, si se mira a una estrella fijamente, pidiéndole una cosa, la estrella se cae, y es que el hada ha bajado a la tierra a ayudarnos.los juegos de la calle eran más libres, más alegres. Se podían escapar de las otras niñas. Se cogían de la mano y se iban a esconder juntas. Paca sabía un sitio muy bueno, que nunca se lo acertaban: era en el portalillo del zapatero. Se escondían detrás de la silla de Adolfo, el aprendiz, que era conocido de Paca, y él mismo las tapaba y miraba por la puerta y les iba diciendo cuándo podían salir sin que las vieran y cuándo ya habían cogido a alguna niña. Así no las encontraban nunca y les daba mucho tiempo para hablar.Le había dicho que era guapa, que la quería ver. Había dicho: “Cuando venías a esconderte con las otras chicas”, ni siquiera se había dado cuenta de que iba siempre con la misma, con la niña más guapa de todas. Él sólo la había visto a ella, a Paca la de abajo, era a ella a quien echaba de menos, metidito en su topera. “Que te vea alguna vez —tin-tan, tin-tan—, que te vea alguna vez.” Arreciaba un glorioso y encarnizado campaneo, inundando la calle, los tejados, metiéndose por todas las ventanas. Más, más. Se iba a llenar todo, se iba a colmar la plaza. Más, más —tin-tan, tin-tan—, que sonaran todas las campanas, que no se callaran nunca, que se destruyeran los muros, que se vinieran abajo los tabiques y los techos. Sonaban las campanas, sonaban hasta enloquecer: “Tin-tan, tin-tan, tin-tan ...”
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