LECTURA#13
El transplante
El gran mago observaba con mirada severa al malhechor que estaba en pie frente a él. El acusado, con la cabeza bien erguida, parecía no tener conciencia de la importancia de su crimen. —Ha pecado usted gravemente contra los planes cósmicos que yo había trazado; más gravemente de lo que usted cree —le dijo—. ¿Sabía que está prohibido propagar ideas contrarias al orden establecido? El acusado no respondió. —Usted conocía las consecuencias de un acto de tal gravedad —continuó diciendo el gran mago—, por lo tanto, será usted transplantado. El condenado perdió de pronto toda su seguridad y cayó de rodillas. —¡No, por favor, se lo suplico! —gritó—. Hágame sufrir aquí durante miles de años, durante todo el tiempo que crea necesario. Pero no me condene al más atroz de los suplicios. Impasible, el gran mago apretó el botón de esmeralda que había sobre su mesa de trabajo. Brotó un resplandor color malva. Y en el lugar donde el condenado se encontraba hacia sólo unos instantes, no se vio ya nada. Al mismo tiempo, allá abajo, en la Tierra, un llanto infantil anunciaba un nuevo nacimiento.
VENUSINAS
Las primeras llegaron al comenzar el mes de mayo. Eran tan bellas que hicieron soñar a los hombres a lo largo de los días y a lo largo de las noches. Poco se tardó en saber que no eran nada hurañas y los hombres se trasmitieron la nueva. Poseían un refinamiento tal para amar que dejaban muy atrás a sus rivales terrestres. El número ya grande de solteras aumentó. Y seguían cayendo del cielo, más atractivas que nunca, eclipsando a la mujer más maravillosa. Sólo ellas contaban para los hombres, y además no resentían el paso del tiempo, ellas no envejecían. Mucho tiempo pasó antes que se dieran cuenta de que eran estériles. Así que, cuando medio siglo más tarde llegaron los robustos venusinos, sólo quedaban en la Tierra hombres decrépitos y mujeres ancianas. Tuvieron con ellos muchos cuidados y los trataron sin brutalidad.
LA CRIATURA
Como era un planeta de arena muy fina, dorados acantilados, agua esmeralda y recursos nulos, los hombres decidieron transformarlo en centro turístico, sin pretender explotar su suelo, estéril por otra parte. Los primeros desembarcaron en otoño. Edificaron algunos balnearios, y cuando llegó el verano pudieron recibir varios centenares de veraneantes. Arribaron seiscientos cincuenta. Pasaron semanas encantadoras dorándose a los dos soles del planeta, extasiándose con su paisaje, su clima y la seguridad de que ese mundo carecía de insectos molestos o peces carnívoros. Pero hacia el 26 de julio, de un solo golpe y al mismo tiempo, el planeta se tragó a todos los veraneantes. El planeta no poseía más forma de vida que la suya: era la única criatura viva en ese espacio. Y le gustaban los seres vivos, en particular los hombres. Sobre todo cuando estaban bronceados, pulidos por el viento y el verano, calientitos y cocidos.
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