lectura #6
Belissa
Belissa quería ser bailarina de ballet. Su oído musical, su gracia innata y su talento natural le facilitaría el camino. Pero no contaba con que el destino tenía otros planes para ella. En primer lugar, Belissa tenía un apetito feroz: la comida típica la enloquecía y unos nopalitos preparados de cualquier forma, le impedían hacer otra cosa que no fuera comerlos hasta acabar con ellos. Y con las flores de palma no se diga. Este manjar la ponía en un estado muy cercano al éxtasis.Belissa era disciplinada para todo. Hacía sus ejercicios matutinos, ensayaba puntualmente cuantas horas fuera necesario para dominar sus músculos y domesticar los gestos que la convertirían en un cisne grácil o en un ave de vuelo peregrino. Pero en cuanto enfrentaba la comida, se perdía. Los maestros la atiborraron de recomendaciones, de artículos sobre la importancia de una dieta balanceada, de biografías y autobiografías de bailarinas en donde aparecía un infalible capítulo dedicado a su 56 57 alimentación, y de ensayos médicos sobre la energía de un cuerpo sometido a las disciplinas del ballet. Todo fue inútil. Las flores de palma y los tacos de nopalitos decidieron la cintura de Belissa que renunció a su promisoria carrera durante una degustación de quesadillas (se comió 17) en la que participó como juez para seleccionar la mejor receta nacional. Entonces inició un pequeño negocio. Su habilidad para mecanografiar se enriqueció cuando las computadoras personales fueron accesibles y Belissa se convirtió en una experta en cibernética antes del parpadeo de un chip. Pero como si tantas dotes fueran pocas, Belissa tenía una especie de imán con los jóvenes. No pasaba un día sin que un galán llamara a su puerta, a su teléfono o a su oficina y la invitara a salir. Y como el corazón de la exfutura bailarina se había agrandado (quien sabe si por el ejercicio o la alimentación) Belissa sentía que muchos de ellos cabían en él y desalentaba sólo a quienes no le agradaban del todo. Así que se resistía a escoger a un solo pretendiente. Estaban tan guapos todos y cada uno tenía su chiste: uno la hacía reír todo el tiempo, el otro besaba de maravilla, el tercero era un experto en música clásica y disfrutaba los conciertos como pocos, aquél... ¿No había manera de combinar la simpatía de uno, con el dinero de otro, los ojos del tercero, el sentido del humor del cuarto y...? Su hermano, que era sicólogo, le decía que ésa era una actitud esquizoide. “No se puede armar un ideal a base de fragmentar a los demás”, la regañaba. Pero Belissa no quería fragmentar a nadie, sólo deseaba disfrutar todo lo disfrutable. ¡Si tan sólo se valiera tener más de cuatro al mismo tiempo! Claro, para cuando lo pensó, ya estaba decidida. Sólo se preguntó por qué no y puso manos a la obra. Fue a su computadora y creó una base de datos. Estructuró un plan y seleccionó cuidadosamente. De los catorce galanes con los que salía en ese momento, la lista quedó reducida sólo a seis: el amante de los conciertos, el simpático, el inteligente, el romántico, el buen besador y el cantante. No quería pecar de ambiciosa. Si bien lo que influyó más en la selección fue la característica distintiva de cada uno, el factor geográfico también pesó mucho. No era conveniente tener dos que compartieran la misma zona habitacional. El amante de los conciertos vivía en la Anáhuac; el simpático, en la Roma; el inteligente, en el centro de la ciudad; el romántico, en El Cercado; el buen besador, en Las Mitras y, el cantante, por San Jerónimo. Belissa creó un archivo y alimentó la información concerniente a cada uno. Dónde se habían conocido, a qué lugar habían ido juntos por primera vez, cómo se habían hecho novios, la marca de la loción que usaba, si conocía o no a su familia, en dónde vivía, cuál era su pasatiempo preferido, qué le gustaba, qué 57 le disgustaba, qué estudiaba, a dónde iba de vacaciones y qué se habían regalado en diversas ocasiones.
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